La biodiversidad es un indicador que nos habla de la variedad de especies vivas que existe en un ecosistema y las relaciones que se establecen entre ellas. El Convenio de Diversidad Biológica de Naciones Unidas define la biodiversidad como la «variabilidad de organismos vivos de cualquier fuente, incluidos, entre otras cosas, los ecosistemas terrestres y marinos y otros ecosistemas acuáticos y los complejos ecológicos de los que forman parte; comprende la diversidad dentro de cada especie, entre las especies y de los ecosistemas».
La biodiversidad se pone de manifiesto en tres niveles de organización: los genes, las especies y los ecosistemas. El primer nivel engloba las variaciones en el genoma dentro de una misma especie. El nivel específico agrupa el número de especies diferentes de un mismo ecosistema, su variación en el tiempo y su dispersión geográfica. Y por último el nivel ecosistémico agrupa la multiplicidad de ecosistemas, hábitats y comunidades de especies de una región. Todavía hoy estamos lejos de contar con un mapa completo de la exuberante biodiversidad de nuestro planeta: la ciencia ha identificado más de un millón y medio de especies, pero se calcula que esto solo es entre el 10 y el 50% de las que pueden habitar la Tierra.
Debido a que la naturaleza se despliega en un proceso evolutivo, de transformación constante, la biodiversidad no es un dato fijo sino una realidad cambiante. En la historia de La Tierra muchas especies se han extinguido y otras muchas han surgido ocupando su lugar. En algunos momentos de la historia geológica, una enorme cantidad de especies desaparecieron en un período de tiempo extremadamente corto, a causa de catástrofes naturales. Son las llamadas extinciones masivas. La última, la del meteorito que acabó con los dinosaurios, hace 65 millones de años.
La biodiversidad tiene valor en sí misma, independientemente del uso que hagamos de ella y tiene además un valor fundamental para el ser humano. Su valor intrínseco se lo da el ser expresión de la riqueza de la vida en su proceso de despliegue evolutivo. Su valor humano está relacionado a los múltiples servicios irremplazables que presta: agua, aire respirable, recursos naturales, alimentarios y médicos y sostén de toda la compleja red de la biosfera, de la que depende la reproducción de nuestras sociedades. La calidad de vida humana está íntimamente ligada a la biodiversidad.
El proceso de destrucción de biodiversidad en el que se ha embarcado la humanidad, especialmente en los últimos 200 años de expansión industrial, es tan intenso que muchos científicos han calificado a nuestro momento histórico como la sexta extinción masiva de la historia de la vida en el planeta. La diferencia con las cinco anteriores es que esta vez la catástrofe viene provocada por la actividad humana: destrucción de hábitats por la extensión de la agricultura, la urbanización y la presión sobre el territorio, la sobreexplotación de especies debido a la caza y la pesca abusiva, la contaminación o el cambio climático están contribuyendo a este ecocidio sin precedentes.
A nivel mundial, según la FAO, el 60 % de los ecosistemas mundiales están degradados o se utilizan de manera insostenible. Actualmente se extinguen además entre 30.000 y 100.0000 especies al año: una auténtica hecatombe. La tasa de extinción es entre 10 y 100 veces superior a cualquier otra extinción masiva de la que se tienen registros.
La sexta extinción masiva. Fuente: Evaluación de los Ecosistemas del Milenio
En la imaginación popular, el problema de la extinción queda reducido a grandes mamíferos carismáticos, como el tigre, el panda, el elefante o el lince ibérico. Y parece que los logros de conservación en estos ámbitos animan al optimismo. Pero la pérdida alarmante de especies que está desangrando la biosfera, y puede llevar a nuestro sistema ecológico planetario a la quiebra y el caos, se está dando especialmente en especies que nos resultan invisibles: microorganismos, plantas, artrópodos e insectos. Piénsese en el ejemplo de las abejas, que ya ha hecho saltar todas las alarmas: la galopante reducción de su población global y su posible extinción, amenaza a la agricultura mundial porque ellas son las responsables de más de la mitad de la polinización de nuestros cultivos.
El ejemplo de las abejas nos indica que la defensa de la biodiversidad no solo está inspirada por el respeto y el amor hacia otras especies. También es una cuestión de estricta supervivencia humana: la biodiversidad es el seguro con el que cuenta el sistema de la vida para adaptarse a las circunstancias cambiantes. Y las sociedades humanas son solo una parte encajada del sistema de la vida, del que nunca podremos independizarnos.
Las causas de este proceso suicida de pérdida de biodiversidad se pueden clasificar en dos tipos: causas directas y causas subyacentes. Las causas directas son aquellos comportamientos humanos que degradan la riqueza de la biosfera. Las causas subyacentes son los procesos económicos, sociales y culturales que empujan y alimentan estos comportamientos.
Entre las causas directas que favorecen la extensión vertiginosa de especies encontramos:
Entre las causas subyacentes cabría destacar el funcionamiento de un sistema socioeconómico expansivo orientado a la maximización de beneficios, que induce a la sobreexplotación de recursos y el exacerbamiento del consumo. Y también un sistema cultural guiado por un antropocentrismo ciego, que concibe la naturaleza más como un territorio a conquistar que como una realidad compleja de la que dependemos y en la que estamos integrados.
El Convenio de Diversidad Biológica (CDB) surge en la cumbre de Naciones Unidas de Medio Ambiente y Desarrollo de Río de Janeiro (Brasil) en 1992. Se trata del marco mundial para las negociaciones de acuerdos multilaterales dirigidos a frenar la destrucción de la biodiversidad. Concebido como la herramienta para alcanzar los objetivos del Programa 21, tiene como misión la conservación de la biodiversidad, su uso sostenible y salvaguardar un reparto justo y equitativo de los beneficios obtenidos del uso de los recursos genéticos.
Se trata de un plan que comprende acciones concretas que deben ser acometidas a nivel mundial, nacional y local, por entidades de la ONU, los gobiernos de sus estados miembros y por grupos de la sociedad civil en todas las áreas en las que ocurren impactos humanos sobre el medio ambiente. En el año 2002 se creó la iniciativa “Cuenta Atrás 2010” para lograr detener la pérdida de biodiversidad para ese año.
Claramente este objetivo no se ha logrado y la pérdida de biodiversidad sigue sin que las medidas o propuestas hayan tenido efecto.
En 2010 en la cumbre de Nagoya, Japón (COP10), se aprobó un nuevo protocolo sobre el Acceso a los Recursos Genéticos conocido como Protocolo de Nagoya, y el nuevo Plan Estratégico 2011-2020. Este Plan concibe una visión a largo plazo y una misión a medio plazo, y establece las Metas de Aichi. Estas metas crean una hoja de ruta a seguir para la conservación de la biodiversidad y sus valores y que nuevamente persigue detener la pérdida de biodiversidad para el año 2020. No puede darse un nuevo incumplimiento de las metas, porque las tasas actuales de degradación de la riqueza biológica nos conducen a un brusco punto de inflexión en el estado de la biodiversidad y los ecosistemas. Si cruzamos ese umbral las catástrofes ambientales serán impredecibles y con un coste social inasumible.
[Texto extraído de Ecologistas en Acción, Guía de la Biodiversidad: las metas de Aichi explicadas a periodistas, 2012]
La biodiversidad de España está sufriendo un proceso de desaparición similar al que se está dando a nivel mundial, y más grave que el de nuestros socios europeos. Según la Lista Roja de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN), el inventario más completo de la pérdida de biodiversidad global, el 15% de la flora vascular española sufre algún tipo de amenaza. Respecto a la fauna, y más concretamente a los vertebrados terrestres, para los que hay mucha más información, aproximadamente un 30% están amenazadas (un 34% de los anfibios, un 32% de los reptiles, un 20% de los mamíferos, un 25% de las aves y un 54% de los peces continentales). De modo más concreto, especies tan emblemáticas como el lince ibérico, la foca monje, el lagarto gigante de la Isla del Hierro, el acebo o el drago canario se encuentran gravemente amenazadas. Pero el peligro de la pérdida de biodiversidad no se limita ni mucho menos a las especies que tienen presencia mediática.
En comparación con el resto de la Unión Europea, España es el país que cuenta con un mayor número de especies amenazadas, especialmente en la región mediterránea. Esta aceleración de la degradación ecosistémica no se puede desligar de nuestro modelo suicida de desarrollo, basado en la construcción desaforada: entre el año 2000 y el 2006 España construyó el 25% de todas las nuevas superficies artificiales de la Unión Europea.
En el año 2011 se aprobó la Estrategia Europea de Biodiversidad. Respecto a su aplicación en España, aunque se han dado logros puntuales relacionados con la recuperación de especies emblemáticas o el principio de protecciones de algunos espacios, se puede afirmar que está siendo un fracaso rotundo. Como explica en un detallado informe Ecologistas en Acción, la degradación ambiental ha continuado agravándose y de las 37 medidas concretas que propone la estrategia solo se ha implementado una: la firma del protocolo de Nagoya sobre regulación de recursos genéticos. Informe disponible en: Ecologistas en acción/p>
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