Retos y Alternativas Ecosociales para el siglo XXI

Parte I
El Diagnóstico

Módulo III El cambio de modelo productivo

La transición hacia la sostenibilidad depende de que seamos capaces de desplegar un nuevo modelo productivo que refleje otra relación con la naturaleza. Un nuevo modelo productivo que suponga un sistema de intercambio de energía y materiales que sea sostenible. Este es un campo de tareas en el que el cambio tecnológico juega un papel esencial, y sus frentes de intervención son múltiples: energía, alimentación, transporte, empleo, cultura de producción o modelo de residuos.

El cambio en el modelo energético

Nuestras sociedades tienen que aprender a vivir otra vez del Sol. La descarbonización de la matriz energética es una de las tareas fundamentales del cambio que tenemos que acometer. La expansión de las energías renovables es el núcleo de esta transformación, y llevará consigo una potente electrificación de toda la infraestructura técnica (hoy en día el consumo de energía en forma de electricidad respecto al total de Energía primaria es minoritario, en España alrededor de un 20%). Pero diversos límites de las energías renovables, como su intermitencia, la necesidad de ubicaciones geográficas específicas o su dependencia de materiales escasos nos obligará a acompasar la descarbonización con una importante reducción del consumo energético. Vivir del Sol significa, necesariamente, vivir con menos.

La transición energética puede y debe darse a muchas escalas, y todas son complementarias. En el ámbito personal y comunitario se nos abre un campo de posibilidades sencillo y fértil. Por ejemplo, la contratación del suministro eléctrico doméstico con cooperativas que aseguren un origen 100% renovable. También la implementación de sistemas de autoproducción energética renovable en los edificios (paneles solares, miniturbinas eólicas) y sistemas de energía solar térmica pasiva (calentadores de agua, arquitectura bioclimática). El uso habitual de cocinas solares y otros procedimientos energéticos renovables no eléctricos, así como el desarrollo de planes domésticos de ahorro y eficiencia energética, pueden suponer una estimulante tarea colectiva familiar, que permite incluso disfrutarse en forma de juego.

En la escala de las administraciones municipales la contratación eléctrica 100% renovable es la piedra angular de la transición, que debe ir unida a todo un programa de desarrollo de eficiencia energética en edificios y alumbrado público. En el plano nacional la transición energética es un reto de primer orden: no es casualidad que muchos grupos políticos consideren que esta misión debe ser el eje vertebral de la futura reindustrialización del país. Pero este esfuerzo será en balde si no viene acompañado de una política decidida de reducción de consumos energéticos. Finalmente, en el plano internacional la transición energética sería una enorme oportunidad para inaugurar una nueva era de cooperación global y de política exterior cosmopolita, pues solo un enorme grado de coordinación entre Estados diversos puede dar lugar a una infraestructura energética sostenible, capaz de aprovechar los óptimos geográficos planetarios de generación de energía renovable (desiertos con ríos, lugares con vientos fuertes y constantes, grandes corrientes marinas).

El cambio en el modelo alimentario

El modelo alimentario actual es profundamente insostenible. Lo es porque se basa en una concepción de la agricultura como guerra química, que emplea todo un arsenal de agrotóxicos, peligrosos para los agrosistemas y la salud humana, en pos de incrementar los rendimientos. Lo es por el uso abusivo de recursos como el agua y la tierra fértil, que son sometidos a un proceso peligroso de degradación. Finalmente, la agricultura industrial no tiene futuro porque es una agricultura energéticamente subsidiada por combustibles fósiles, tanto en la fertilización, como en el uso de maquinaria agrícola, el transporte de comida a larga distancia o los procesados industriales. Y la era de los combustibles fósiles se acaba. La sostenibilidad futura de nuestras sociedades pasa, necesariamente, por una revolución agroecológica.

En las últimas décadas, y motivado por la preocupación de los consumidores sobre el efecto en la salud de los agrotóxicos, ha surgido todo un sector de mercado relacionado con los productos orgánicos, en los que los agricultores certifican que han conseguido sus alimentos sin el empleo de pesticidas ni herbicidas de síntesis química. Pero la agroecología es algo más que alimentos sanos: es un movimiento social que busca desarrollar un modelo agrícola integralmente sostenible. Un nuevo modelo agropecuario que minimice el consumo de energía fósil mediante circuitos cortos de comercialización. Que fomente la biodiversidad y vaya ligado a una ética de consumo que no fuerce los ritmos de la naturaleza (consumo de temporada). Asimismo, necesitamos una agricultura que ayude a preservar la riqueza social y cultural de la agricultura familiar campesina frente a las grandes empresas agrícolas, porque para el campesino la finca es mucho más que un negocio: es un lugar de vida.

Una reconversión agroecológica del sistema alimentario tendría importantes efectos sociales. Por ejemplo la progresiva expansión del sector primario en el conjunto de las economías desarrolladas, hoy reducido a un aporte testimonial gracias al subsidio energético fósil (bajo modelos agroecológicos la agricultura exige mucha mano de obra). El nuevo peso de la agricultura iría acompañado de cambios culturales muy significativos, como un proceso de re-campesinización y éxodo urbano. Incluso la misma viabilidad ecológica de las ciudades nos implora a desarrollar un importante sector agrícola urbano de signo productivo, que pueda garantizar a los grandes centros de población un aporte significativo de sus necesidades alimentarias.

Todos estos cambios no se pueden concebir sin transformaciones fundamentales del sistema socioeconómico, como el cuestionamiento del régimen actual de propiedad de la tierra o las reglas del comercio internacional, diseñadas a beneficio de las grandes corporaciones del sector alimentario.

Como la transición energética, la transición alimentaria implica posibilidades de acción en muchos frentes distintos. En el plano personal podemos adquirir competencias en materia agrícola, bien sea a través de formas de cultivo doméstico, como terrazas, balcones, patios, o bien participando en huertos vecinales y comunitarios, que deben tener una triple función: productiva, pedagógica y social (articulación comunitaria y foco de transformación de la idea de ciudad). También podemos impulsar grupos de consumo ecológico vinculados a distribuidoras de comercio justo o productores locales y participar de ellos. Un cambio en la dieta, para adecuarla a la producción de temporada y disminuir la presencia de proteína animal, es otra tarea sencilla al alcance de cualquiera.

En las ciudades, la agroecología es una oportunidad para dar un gran impulso a un sector primario urbano que tenga peso económico y genere empleo. Esto se puede hacer a través de una red de huertos urbanos productivos mediante técnicas de agricultura orgánica y un cinturón de fincas en las zonas periurbanas. La agroecología también puede servir para reinventar el modelo de jardín, especialmente en zonas verdes abandonadas o degradadas.

Finalmente la transición alimentaria exige políticas a nivel nacional que sirvan para revitalizar el medio rural y compensar el desequilibrio demográfico y cultural entre ciudad y campo, al tiempo que se sistematiza la capacitación técnica en materia de agroecología y se revierte la tendencia a concentrar la propiedad de la tierra en pocas manos.

Nuevo acuerdo ciudad-campo-naturaleza

La revolución agroecológica es solo una parte de un proceso de replanteamiento de los usos del suelo mucho más integral y, en última instancia, de un nuevo acuerdo entre ciudad, campo y naturaleza. En este sentido es fundamental, para paliar los daños edafológicos y climáticos en ciernes, que la reconversión agroecológica se combinara con una importante y masiva empresa de reforestación a nivel nacional, reforestación que tuviera además un sentido no mercantil: los nuevos bosques no serían explotaciones empresariales sino ecosistemas autónomos, de los que el ser humano puede hacer uso regulado (desde la recolección de biomasa a frutos comestibles pasando por sus diversos servicios biosféricos, como la captura de carbono), pero que no se encuadrarían dentro de la lógica de las inversiones económicas. El mismo proceso de recuperación paulatina podría y debería darse en multitud de ecosistemas.

Más interesante sería poder avanzar colectivamente hacia un marco de relaciones humanidad-biosfera superador del utilitarismo antropocéntrico, y que la existencia de nuevos bosques u otros ecosistemas estuviera justificada no sólo por sus múltiples funciones metabólicas, sino como algo valioso en sí mismo. En este sentido, la transición hacia sociedad sostenibles podría valerse de la autolimitación, cuantitativamente establecida como reto político y económico, del espacio geográfico destinado para uso humano. Esto dejaría espacios libres para otras especies de un modo mucho menos perverso que el que hoy funciona en la política de espacios protegidos.

En este replanteamiento de la relación humana con la biosfera, el respeto y cuidado de la biodiversidad debe convertirse en una de las líneas maestras que oriente y guíe la futura política de gestión territorial, dada su importancia ecológica, económica y científica. Por ejemplo, el éxito productivo de los futuros agrosistemas ecológicos depende íntegramente de un fomento sistemático de la biodiversidad agrícola que permita a la agricultura adaptarse a las condiciones micro-ecológicas locales.

El cambio en el modelo de transporte

Hacer un uso sostenible de recursos no renovables implica reducir la escala física de la economía, y esto supone poner del revés las tendencias predominantes de la economía mundial de los últimos 40 años: la deslocalización industrial y la globalización. El transporte de mercancías y personas ha de ser minimizado, relocalizando tanto la actividad económica como la social sin caer por ello en la autarquía. Además de una necesidad, la relocalización se impondrá como un hecho consumado. El futuro es inevitablemente mucho más local, y hemos de ir preparándonos para ello.

El modelo de transporte vigente, a cuyos valores se ha plegado trágicamente todo el diseño de infraestructuras de España, tiene que ser radicalmente revertido. Un modelo de transportes sostenible se enfrentaría al actual al menos desde tres ángulos:

  • el rechazo del uso del motor de combustión para fines privados, priorizando este lujo energético para fines públicos (ambulancias, coches de bomberos y policías) y tareas productivas prioritarias (maquinaria agrícola). En el ámbito urbano, el coche particular sería sustituido por la bicicleta particular, y en los transportes interurbanos por formas de transporte colectivo.
  • el cuestionamiento de un modelo de ferrocarril de alta velocidad, que fomenta una conectividad asocial (reducida a los grandes centros de negocios), y la apuesta por invertir recursos en una red de ferrocarril mucho más capilar, para canalizar a través de ella casi la totalidad del transporte de mercancías.
  • la existencia de un sector de la aviación masivo al servicio del turismo de larga distancia. Como el turismo es uno de los sectores con mayor peso en el incremento del transporte, resulta fundamental desarrollar un modelo de viaje sustancialmente diferente, centrado en el descubrimiento de las maravillas de lo cercano: «las más de las veces, lo que uno busca o querría buscar en el otro confín del mundo se encuentra precisamente ahí al lado», nos advierte sabiamente Jorge Riechmann (Jorge Riechmann, Ahí es nada, El gallo de oro, 2013).

Para que el grado de conectividad que hace interesante y posible la civilización no se pierda, es fundamental que una nueva estrategia de transportes se combine con una nueva estructura social del tiempo (reducción de las jornadas de trabajo, reducción de los imperativos productivistas) que haga de los desplazamientos lentos una opción cotidiana plausible

El empleo verde

Todos los estudios sobre prospecciones de la estructura laboral europea indican que el empleo verde es uno de los yacimientos laborales con más futuro. Estamos al borde de un crecimiento exponencial de este perfil de trabajo, que incluye sectores como las energías renovables, la agricultura y la ganadería ecológica, el reciclaje y la economía circular, la rehabilitación de edificios, la mitigación frente al cambio climático, la educación ambiental o la salud. Por ejemplo, la OIT prevé 20 millones de empleos verdes generados en los próximos diez años. Un pequeño ejemplo local: solo en los últimos años la ciudad de Bruselas ha generado casi 3.000 empleos relacionados con solo uno de los ámbitos de desarrollo del empleo verde, como es la agricultura urbana.

Observatorio de la Sostenibilidad de España, 2010

Fuente: Observatorio de la Sostenibilidad de España, 2010

Además de sus ventajas ecológicas, el empleo verde fomenta sectores productivos que favorecen un tejido industrial diferente, basado en pymes, cooperativas y empresas de economía social. Se trata, normalmente, de empleos de alta calidad, que permiten dar salida laboral al problema estructural de sobrecualificación de la población más joven, y generan valor añadido. Aunque los costes laborales del empleo verde son superiores, se trata de un sector muy competitivo a nivel global, porque la partida de coste más elevada de los procesos industriales modernos no es el trabajo, sino la energía y lo materiales (costes donde el empleo verde incide con reducciones muy drásticas).

Sin embargo, las promesas del empleo verde no pueden ser entendidas en abstracto, sino en un marco de cambio socioeconómico más amplio. Mientras que la maximización capitalista de los beneficios sea el objetivo último de nuestro sistema social, el desarrollo del empleo verde se verá lastrado por la presión que las dinámicas de lucro competitivo ejercerán sobre toda la actividad económica.

El cambio de la cultura de producción

Una de los grandes retos del siglo XXI es transformar nuestra cultura de producción. El movimiento por el decrecimiento, que busca alternativas al modelo capitalista de crecimiento perpetuo, propone ocho verbos que comienzan por erre (las 8 erres del decrecimiento) que nos pueden servir como punto de partida a la hora de emprender esta enorme tarea de mutación de nuestro sistema productivo:

  • Reevaluar: necesitamos volver a plantear la pertinencia de nuestras jerarquías de valores económicos y sociales, como por ejemplo la primacía de la competencia o del beneficio económico.
  • Reconceptualizar: hay que redefinir el significado de algunos conceptos básicos, que hoy no se cuestionan pero que son problemáticos, como riqueza, desarrollo, abundancia o trabajo.
  • Reestructurar: modificar tanto el aparato técnico de producción como las relaciones sociales que lo hacen funcionar a partir de ideas como la biomímesis, lo que nos llevaría a una matriz energética renovable o al cierre de ciclos materiales, de la cuna a la cuna.
  • Relocalizar: disminuir radicalmente el alcance del sistema de transporte mundial y volver a vivir y producir localmente.
  • Redistribuir: repartir la riqueza y sus frutos de modo más igualitario.
  • Reducir: limitar el impacto de nuestro sistema productivo hasta situarlo de nuevo dentro de los límites del planeta, y estabilizarlo en una pauta que sea ecológicamente sostenible en el tiempo, lo que nos conduce necesariamente a políticas de contención del consumo
  • Reutilizar: alargar la vida útil de los objetos para minimizar los procesos de producción.
  • Reciclar: dejar de concebir el residuo como un desecho y entenderlo como un recurso que debe ser vuelto a emplear en el circuito productivo. Sin embargo, como el reciclaje implica gastar energía, los esfuerzos sociales deben priorizarse en la reducción y reutilización, siendo el reciclaje la última opción.

El cambio en el modelo de residuos: un horizonte de residuos cero

Se conoce como Residuos cero la estrategia por la que se cierra el ciclo de los materiales dentro de nuestro sistema económico. Se pretende con ello que ningún material se pierda en el proceso que va desde la fabricación al consumo, siempre implantando políticas de reducción en origen y de no comercializar elementos tóxicos y no recuperables. La materia orgánica sirve para hacer compost o se trata por digestión anaeróbica, se reutilizan y reparan utensilios y otros bienes y el resto de materiales se reciclan en todas las fases de su ciclo de vida.

El objetivo es desarrolla una Nueva Cultura de los Residuos que haga casi innecesarios los vertederos. Para fomentar esta nueva cultura de los residuos sería necesario implementar los siguientes cambios, que en una fase de transición podrían adquirir los siguientes rasgos:

  • Proceder a la recogida selectiva de materia orgánica para su posterior tratamiento como compost.
  • Combinar el modelo convencional en nuestro país, el SIG, pero con mejoras sustanciales, con el SDDR.
  • Introducir pagos por generación de residuos para fomentar la reducción y la reutilización.
  • Encaminarse hacia la abolición de los vertederos y la reducción drástica de la incineración.

Como afirma Ecologistas en Acción:

Necesitamos una Nueva Cultura de los Residuos, que haga borrón y cuenta nueva con las políticas convencionales de tratamiento. Así como la Nueva Cultura del Agua está logrando que la gente no asocie más la disponibilidad del agua a la construcción de más embalses, acabe con la idea del consumo irrefrenable y el usar y tirar. Hay que implantar una formula tan sencilla como la siguiente:

+3Rs =-CO2 Más reducción, reutilización y reciclado de los residuos es igual a menos dióxido de carbono

[Ecologistas en Acción y Amigos de la Tierra, Un yacimiento en la basura, 2013]

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